El domingo pasado, Blanca y yo cogimos un par de bicicletas de alquiler, de las que hay por decenas en cada esquina de la Ciudad de México, y bajamos la avenida de Reforma, hacia el parque de Chapultepec.
Esta avenida, Reforma, es algo así como un Paseo de la Castellana, con una peculiaridad, que cortan el tráfico de coches los domingos, y sus ocho carriles y enormes rotondas se llenan de ciclistas, patinadores y peatones. Es digno de ver.
Las medianeras de la avenida, rodeada de rascacielos, están repletas durante este mes de cempasúchil, la flor naranja asociada en esta región del mundo con el día de muertos, ya que su olor les trae de vuelta a casa una noche al año. Además, todas las tiendas y restaurantes estaban decorados con calaveras y colores brillantes.
Ahí, entre pedaleos, hubo una figura en particular que me llamó la atención más que las demás. Un Michael Jackson bailongo cadáver. Estaba en pleno moonwalk cerca de los clásicos Frida y Diego, que no pueden faltar.
Pero se me fue más la vista hacia Michael (le llamaré Michael, tenemos confianza) porque bailaba con una sonrisa en su calavera. No era un DEP gris con velas. Era una figura de él, bien muerto, danzarín, rodeado de flores de colores vivos y ciclistas y niños y patinadores y árboles y perros.
Vamos, de vida.
Y eso me hizo pensar en la relación tan oscura que tenemos con la muerte en España. El luto eterno de puertas cerradas y ropas negras que por suerte ya poco a poco desaparece. La dificultad en mencionar a la persona fallecida, en hablar de él/ella y recordarlo con alegría.
A finales de mes, si todo va bien, podré verlo. Los altares a los fallecidos del día mexicano de muertos, y la familia reunida en torno a las tumbas, con la comida favorita de los fallecidos, y esa combinación de alegría y pena que entiendo, cada vez más, como la reacción más sana ante cualquier cosa buena que termina. Al menos, una vez adquiere poso y perspectiva, no el primer día, claro.
Justo esta semana vi una entrevista a Manuel Jabois, en la que hablaba de un tema similar, refiriéndose a cómo el entrenador del PSG, Luis Enrique, había logrado no sólo convivir con la pérdida de su hija pequeña, sino convertirla en un motivo extra para vivir bien: vivir también por ella.
No es sólo el hecho de tener el recuerdo como parte de uno, sino tenerlo presente, como una energía alegre. Como un Michael Jackson bailongo, que te motiva a bailar mejor, no a llorar. Que se sepa que, por esa persona haber vivido, sea un familiar, un amigo, o alguien que nos inspire, hay alguien que vive mejor, y, que también por esas personas, se hacen cosas en este mundo.