“Yo me dediqué a cambiar el mundo y no cambié un carajo, pero estuve entretenido y le di un sentido a mi vida. Moriré feliz. Gasté soñando, peleando, luchando. Me cagaron a palos y todo lo demás. No importa, no tengo cuentas para cobrar”
Pepe Mujica, pocos meses antes de morir
Hola.
Hoy vendrá corto, que llevo unos días con el puto covid (perdón por la palabrota), con una niebla en la mente que ni el Londres victoriano. De hecho, sí, la imagen viene al caso, porque más que niebla sería smog mental, una mezcla de la niebla que provoca el covid con la contaminación visual, de estimulación, de entretenimiento y distracción constante de la tecnología. Llevo días flotando en una pantalla.
Es peor de lo que suena.
Dicho esto, hace poco murió Pepe Mujica, una de esas pocas figuras que aúnan a gente de muy diferentes visión de mundo. Eso no es fácil.
Me fascinó en particular la frase con la que abro este número. Habla de un esfuerzo relativamente inútil contra el que no tiene ninguna queja. Porque de eso va la vida, de esforzarse como un Quijote de lo que uno elija. Lo importante no es hacer bien o mal, es hacer.
El esfuerzo inútil hay que hacerlo aún más.
Porque hay que estar en el mundo.
Y esto me ha hecho pensar en algo a lo que he dedicado bastante tiempo últimamente. La ilusión, el esfuerzo, el entusiasmo. Sin entusiasmo no se puede hacer nada. Te devora el vacío. El reloj con su tic tac. La farragosidad invencible del día-a-día, por ponerme palabroso.
¿Os acordáis de cuando en el colegio estudiábamos el mínimo común múltiplo y el máximo común divisor?
No estoy 100% seguro de por dónde va la metáfora, pero la idea es la siguiente. Vivimos en la cultura del mínimo común múltiplo. Cada forma de expresión se reduce al mínimo para ser entendida. Las películas: que se puedan ver y seguir con el móvil en la mano. En un libro: no me hagas frases de más de 15 palabras. En una canción: que no se oiga más de una melodía a la vez, que el pobre oyente se confunde.
La cultura de masas es una bendición, igual que lo es que todos podamos ir a la playa y no sólo los aristócratas, pero quizá sea hora de dejar de considerarnos unos a otros tontos, y arriesgar por la cultura del entusiasmo.
Si es difícil, pues habrá que esforzarse en aprender y estar a la altura.
No es “guay” pasar de algo, ni preferir la explicación sencilla, ni preferir el refrito al guiso hecho con esfuerzo.
La distancia irónica es una estupidez, es apartarse del mundo, no participar de él. Y es, sobre todo, una gran cobardía.
¡Entusiasmo!
(Este número ha sido escrito en un arrebato de entusiasmo de 15 minutos. Perdonen las erratas.)
((Que, en internet, deberían ser e-ratas. O e-🐀))
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¡Gracias por leer!