Tocar la batería en un escenario es de las cosas que más me gusta del mundo. Y, sin embargo, en casa, me da bastante igual. Le hago menos caso a los tambores que a la batidora.
Ayer se lo comenté a un amigo, músico (este de verdad) y diseñador (el que creó el logo del Alipori), y me dijo algo que tiene mucho sentido; que la batería, a diferencia de otros instrumentos, sólo se toca en el escenario, el resto del rato se practica.
No había sabido expresarlo con esa claridad hasta entonces, pero, pum, martillazo al clavo.
Yo siempre me he visto atraído hacia la música por su capacidad de comunicación. Por eso, cuando no hay improvisación en un concierto en directo en el que participo, siento que miento, que todo es un poco una pantomima.
Y quizá por eso he cambiado tan radicalmente de algo tan colectivo como una banda, a algo tan individual como la escritura, porque en ambos, en realidad, busco lo mismo. Intentar comunicar algo. Incluso comunicarme con algo.
Porque esa es una de las particularidades, creo, de la percusión. El motivo por el que sólo se puede “tocar” de verdad delante de gente. Y es que hay algo ahí difícil de explicar con palabras en la movilización de los cuerpos en base a movimientos, a golpes, a sonidos. Algo que siempre se define como primario, o básico (diría que por la asociación de lo africano con lo percusivo, combinado con el pensamiento racista automático de que lo africano no puede ser elevado), pero que es, de hecho, al menos en mi experiencia y cuando funciona, una puerta de acceso a otro espacio, quizá uno de los pocos reductos de resistencia de esas músicas circulares, hipnóticas, de trance, que eran la norma en el mundo antiguo y que servían como parte de ritos de alteración de la consciencia, precisamente, para acceder a otro lugar.
¿Y cómo no va a sentirse bien eso? Ser algo así como el barquero.
Por eso siempre sentí la necesidad de tocar descalzo, aunque parezca raro.
Y sí, de cierto modo, tiene algo que ver con escribir. Porque cuando algo está bien, cuando aparece “la zona”, no reconozco las palabras como mías. Cuando es una mierda, ahí estoy embadurnando todo como la nocilla al pan bimbo de la merienda escolar. Se entra, y si se piensa en ello, se sale de golpe. Uno vuelve a ser uno.
Porque eso es lo que es un buen concierto para mí, un lugar donde la percepción colectiva es alterada, y, a través de la música, se accede a otro lugar, o a otro espacio de personalidad, o como demonios se llame. Hay emociones nuevas que antes no estaban. Hay movimientos coordinados que antes no estaban.
Y es que la música es el único arte que, de forma natural, es principalmente abstracto. La tristeza en una pintura, al menos originalmente, se mostraba con una cara triste. En un poema, con una descripción de tristeza. Sin embargo, unos acordes tristes logran transmitir lo mismo por un motivo misterioso e inexplicable.
Muchas culturas antiguas, a lo largo del mundo, tienen mitos relacionados con viajes de músicos, o de músicos/guerreros, al inframundo. Pero el más famoso, al menos en occidente, es el de Orfeo, del que se decía que era capaz de llegar con la música de su lira hasta lo más profundo del alma de sus oyentes. Tanto que, cuando falleció su amada, Eurídice, decidió bajar al Hades a recuperarla, y convenció con su música a Hades y Perséfone, los guardianes del mundo de los muertos, de que la liberasen. Aceptaron con una condición, ella le seguiría hacia el mundo de los vivos, pero si él miraba atrás antes de que los rayo de sol bañasen la piel de Eurídice, ella tendría que quedarse en el Hades.
Orfeo aguantó la tentación mientras ascendían, hasta que, una vez él estuvo fuera, se giró a verla, desesperado. Ella todavía, por un instante, mantenía un pie dentro de la oscuridad, por lo que desapareció para siempre, para quedarse en el mundo de los muertos.
Y creo que esta historia/cuento, como tantas otras narraciones mitológicas, vienen a representar algo que es verdad, y que es difícil de explicar sin ponerlo en boca de personajes y moralejas. La música (para mí, la percusión, para otros la lira, etc.), en particular la música estática o de trance o del intestino, lleva a otros espacios, a mundos etéreos (como pompas de jabón), pero con una condición, no mirar atrás, no pensar, no salirse del momento, o todo se derrumba como arena.
Dicho esto, quería añadir una pequeña clasificación nueva de géneros musicales que pensé ayer. Podéis cambiar al gusto:
Música del intestino: El punk, Mars Volta, Mugga, el funk-rock, el blues del Mississippi.
De la cabeza: Clásica europea. Rock progresivo. Quizá el jazz moderno. Math-rock.
Del espíritu: Clásica india. Bebop, en particular Coltrane o Kamasi Washington.
Del corazón: Pop. Los Beatles. La oreja de Van Gogh. Folk. Dylan y Cohen.
Del estómago: Clásica africana occidental y caribeña (salsa, merengue, bachata…) Fela Kuti.
Del cuello o del pecho: Techno, reggae, el blues de Chicago. El flamenco.
De los pies: Swing, claqué, primer rock and roll.
De los genitales: Funk, primer reggaetón.
Todo se puede clasificar como a uno le de la gana, imagino.
El reggaetón y el pop modernísimos son más de la cartera, así que ni los meto.
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