Otra vez me ha pillado el toro.
Aunque, pensándolo bien, puede que un animal tan agresivo no represente demasiado bien a este correo. Al menos, no es esa mi intención.
Vuelvo a empezar.
Otra vez me ha pillado la liebre, y aquí estoy escribiendo de noche, antes de irme a dormir. Esta edición, como cualquier otra, sale a las 11 de la mañana de España, o lo que es lo mismo, a mis 4 de la mañana y, acostumbrado a despertarme y escribir los jueves por la mañana lo que me salga, pues se me ha olvidado completamente.
Y no me voy a despertar a las 3 de la mañana, la verdad.
¿Y eso, te puedes estar preguntando, como lector, qué te importa?
Quizá poco, es cierto, pero enlaza (y entronca y otros verbos que empiecen con en-) con la idea de esta semana. A veces, me da la sensación de que hasta que escribo sobre algo, incluso hasta que escribo algo, realmente no lo pienso, no lo proceso, no me entero (ni me entiendo ni otros verbos que empiezan por en-). Ni sé bien de qué va.
Llevándolo más allá, cuando no intento plasmar mi experiencia en palabras o, a veces, pocas, en golpes de batería, es como si prácticamente no viviese. Es como si estuviese muerto. El tiempo se escapa (arena entre los dedos, metáfora clásica; tengo que dejar de abusar del paréntesis), el presente nunca se puede encontrar, todo enseguida se vuelve pasado inasible y adiós, se fue, pero al escribirlo, de alguna forma, la percepción se graba. Queda ahí.
Pero puede que ni siquiera sea eso. Puede que todo vaya demasiado rápido y sólo ralentizando a la velocidad de los dedos pueda uno frenar y pensar y, si no comprender, al menos hacerse una idea de lo que ha pasado.
Y puede que tampoco sea eso, y que el pasado nos lo inventemos constantemente eligiendo qué ignorar, y escribir sólo sea una forma de asentar esa medio mentira.
¿Yo cómo lo voy a saber?
Pero bueno, ahí queda para mi futuro yo, para que recuerde que necesita un espacio como este, o un cuaderno, o un trozo de papel, para enterarse, un poco, de quién es. O, si no, para inventárselo.