Buenos días, aliporianos.
(He dudado de esa coma. ¿Son aliporianos los días o los lectores?)
Hoy, como tantas veces cuando me siento bien, no sé muy bien sobre qué escribir.
Quizá sobre que aquí ya salen flores, o sobre el premio que gané (jeje).
Pero parece aburrido.
Y pienso que el abono de los campos es mierda y cosas podridas, y me pregunto si es verdad, si las ideas surgen de la mierda también, si el estereotipo del tonto feliz y el del artista torturado y el del filósofo gruñón son ciertos. Como dijo Stuart Mill: “'Es mejor ser un humano insatisfecho que un cerdo satisfecho; mejor ser Sócrates insatisfecho que un necio satisfecho.”
Pero por otro lado, pienso también, qué tontería, ¿no?
También dice Carolina Durante en su canción Hamburguesas: “Yo confío en salir de este hoyo. Sísifo me come la polla”. (Esa canción deja también otras grandes frases como “Porque fuera hay cosas preciosas. Hamburguesas, el fútbol, mi madre. Mis amigos suman más que mis demonios”, que no vienen al cuento de lo que estoy hablando, pero que me apetecía compartir.)
Creo que es mejor esta última idea. Basta de imaginar a Sísifo feliz levantando piedra y piedra y piedra. Esa visión cristiana del cielo como algo merecido tras el sufrimiento/el valle de lágrimas/demás propaganda de “acepta tu destino y calla”, y no como algo posible en el presente lo veo como algo híper dañino. Al día a día. A juzgar al otro. A vivir en base a merecimientos, creo, inventados.
Y sí, las verduras crecen de la mierda, pero el bosque crece de bosque. El humano nace del humano, del amor humano.
Y quizá, la realidad sea que el paraíso es precisamente esa mezcla, la mierda aceptada, usada como combustible, y el amor, lo bueno, aceptado también, vivido con consciencia.
El punto medio. Ni tonto ni filósofo torturado. Ni zanahoria ni bebé.
Todo.
Leí este artículo en El País, de Erling Kagge, que hablaba precisamente de esta dualidad. Explica algo muy interesante respecto a la meditación:
En septiembre de 2002, unos investigadores obtuvieron imágenes del cerebro de un monje budista —para lo cual se sirvieron de un gorro provisto de 256 cables finos— mientras se sumía de manera gradual en un estado de meditación profunda y en el sentimiento de felicidad que lo caracteriza. En la pantalla se veía que algunas partes del cerebro se iluminaban gracias a la actividad eléctrica a medida que el monje se abstraía. De acuerdo con el psiquiatra estadounidense Richard J. Davidson, que formaba parte del equipo de investigadores, aquello dejaba claro que la felicidad no es un sentimiento vago e indescriptible: “Es un estado físico del cerebro”, algo que puede inducirse de manera deliberada. En otras palabras, los científicos iban camino de demostrar lo que la práctica de la meditación budista sabe desde hace siglos: la felicidad es un estado que podemos alcanzar por nosotros mismos, pero que tiene poco que ver con lo que ocurre a nuestro alrededor.
¿Y si el reino de los cielos, metáfora del bienestar absoluto, está dentro, no arriba? ¿Está ahora, no después, y sólo consiste en aceptar todo? (Sin por ello caer en el conformismo. La lucha por el cambio también es parte de ese todo que aceptar, creo.)
Citando ahora a Funkadelic, una de las mejores bandas de la historia: “Free your mind and your ass will follow. The kingdom of heaven is within”, o lo que es lo mismo: “Libera tu mente y tu culo la seguirá. El reino de los cielos está dentro”.
O, por añadir un poco de diversidad sorprendente para este newsletter, creo, una cita de la Biblia: “La venida del reino de Dios no es algo que todo el mundo pueda ver. No se va a decir: “Aquí está”, o “Allí está”; porque el reino de Dios ya está entre ustedes.”
¿Quizá digan lo mismo?
En el mundo ya está el mundo. Lo bueno y lo malo. Toda la experiencia humana
Dicho esto, me cansé de escribir y de copiar citas. La semana que viene, más.
¡Un abrazo!