“Si alguna vez esto se pone raro, prométeme que podemos parar. Nada es más importante que quererte.”
Omar Rodríguez López a su compañero Cedric Bixler Zavala, antes de que formasen The Mars Volta (la mejor banda del mundo).
Hola.
Llevo unas semanas (meses) obsesionado con una historia nueva. La llevo escribiendo más o menos desde octubre.
Se me olvida que estoy en México a ratos, como si habitase otro lugar.
El mundo de la historia, quizá.
Creo que nunca había experimentado, en tanta profundidad, este proceso del que hablan los autores consagrados, de reflexión, trabajo previo y reescritura.
Parece que poco a poco se va perfilando (con más lentitud de la que querría) en mi mente la historia, los personajes, sus motivaciones… Y eso es normal, si no no hay manera de contar nada. Pero ahora también estoy consiguiendo visualizar, por primera vez en mi vida, todo lo que está fuera de la historia, pero que necesito conocer. Cuál es el color favorito del protagonista, aunque no importe para la trama, si prefiere cocido o lentejas, por qué tiene tanto miedo a las arañas…
En una clase que atendí, con la genial escritora cubana Elaine Vilar Madruga, ella hablaba de los documentos pretextuales. Hacer entrevistas a tus personajes sobre cualquier cosa. ¿Qué estaba en portada el día que naciste? ¿Te identificas más con un elefante o con un jarrón? ¿Eres de izquierdas o de derechas?
Y ella insistía que, sin conocer esto, es imposible escribir una historia buena.
También nos comentó que, alguna vez, había llegado a tardar hasta un año en estar contenta con este documento pretextual y con cuánto conocía a sus personajes. Ya podía escribir la historia.
Y es que, hasta a mí, obsesionado hasta el punto de que todo me hace pensar en cómo añadirlo a la historia, esto me parece una barbaridad. Pero quizá no haya otra forma.
¿Cómo es posible que crear algo (un algo que se consume en minutos, horas o días, como mucho, y que enseguida desaparece/se olvida) requiera de un esfuerzo tan bestia, de una concentración y una motivación que no termino de entender?
Pero es lo mismo para las canciones, el cine, la jardinería, la creación de váteres. Sin cariño y un esfuerzo y una obsesión (pensándolo en frío, casi ridículos; obsesionarse con seres que sólo existen en tu cabeza es algo medio infantil medio patológico), es prácticamente imposible crear algo que merezca la pena. Y eso implica años de obsesión, de olvidarse que uno está en España o en México, de pensar y pensar en algo que no existe más que dentro de uno mismo.
Y yo no sé si lo que acabaré creando será bueno o una mierda, pero cada vez me importa menos. Hay algo que me empuja a hacerlo, como algo me empuja a rascarme cuando me pica. ¿Es bueno tener ese picor? Pues, también, cada vez me importa menos. Es así, y ya. Y que así es cómo yo, en particular, yo, lidio con el mundo, cómo lo proceso, lo tolero y lo medio entiendo. Otros, otra cosa. ¿Es buena su cosa? Cada vez me… (lo de siempre), pero es.
Por cierto, hoy he visto el documental de The Mars Volta. Mi banda favorita junto a los Beatles, creo. No parece un mundo sencillo el de estar en una banda de éxito. La mitad se matan y la otra mitad se pelean.
Y el que no se obsesiona, parece que no logra nada. Como en todo. Porque, pensándolo bien, a lo mejor, el éxito, aunque momentáneo, es el castigo, y la única verdadera virtud/victoria es no necesitar, no tener que rascarse, no tener que obsesionarse con nada y simplemente experimentar el mundo sin filtros de ficción/sonido/comida/llámale X.
Pues bueno, que la que puede, puede, y la que no, a obsesionarse o a justificarse.
Que tampoco está mal tener algo en lo que pensar.
Un beso/abrazo/saludo desde la distancia.